Cuando ocurren las casualidades suelo tener la imperiosa necesidad de nombrarlas, explicitarlas, hacerlas materia frente al que las comparte conmigo.
Sin embargo aquella tarde no fue necesario.
La casualidad fue tan hermosa que lo intangible se hizo táctil dentro mío. Los ojos entonces reflejaron lo mágico del momento, las manos se acurrucaron tímidas contra la espalda y las piernas se estancaron firmes contra el suelo, ningún signo de movimiento. Supe que el fatal interlocutor o compartidordecasualidadfortuito lo había notado. Pude al menos esbozar una sonrisa intentando transmitir, desde lo profundo, lo preciado de mi éxtasis minimalista.
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