ya no ajena de mí
ni de mi entorno,
camino hacia el bosque.
las cosas recobrando
su color.
los árboles, ejemplo,
me convidan sutilmente.
me perdonan este tiempo de ausencia:
días de no haberles mirado las caras,
siempre reacia a lo real;
y de no haberles cantado nunca
una melodía que intentara,
al menos, rozar sus copas.
hoy, porque saben bien de mi redención,
me proponen un simulacro de irrealidad
y me hacen creer que sigo:
ajena de mí
ajena de mi entorno.
porque comprenden que desde
ahora
soy solo suya y de nadie más:
no del viento,
no del líquido,
y sobre todo,
no de la palabra.
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