dreams burn but, in ashes, are gold.



lunes

sueño de una noche de verano

mientras te escucho hablar en japonés
me acuerdo de los viejos tiempos.
vivíamos tranquilos
allá por ayacucho al 1300
ahora me quedan sólo papelitos
algunas letras quizás
y esa sensación de frío
cuando me miro al espejo.
prosaicamente camino
lánguidamente suspiro
y pienso
lo lindo que es creerse lindo
y lo lindo que es sentirse artista.
mientras te escucho hablar en japonés
imagino a los ciruelos
que crecen en mi casa
y me inundan de alegría
aunque no tengan ni un brote.
de mi boca sale un lápiz
pienso escribirte
colorido, pequeñito
amarillo
violeta
ciruelos que crecen inundando los pasillos
de mi casa.
puede que termine de escribirte
esta noche
no quisiera,
pero estas cosas son
así
y uno no puede evitarlas.

viernes

El pasadizo de cerezas.

¡Cómo la envuelve el paraguas a Lucrecia!

Y la lluvia la mira, solo
desde afuera;
y le pide un último beso,
¡que su piel está tan linda!

El paraguas de Lucrecia la
envuelve
y la arropa. Y hasta le ha cantado
canciones de cuna
(terribles, pero ciertas).

Y a Lucrecia se le ocurre un lápiz,
con el cual compondrá el valsecito
que en un 2x3 rompa y extinga
al paraguas.

Porque el paraguas (que la envuelve
y la cuida a la niña)
le canta siempre demasiado al oído
y a Lucrecia eso le duele:

pobre ser, pobre vals,
el paraguas y la niña
(toda ella menos sus oídos).

un projéct de escritura dual con mi amigo B.

Te voy a comer viva. Y me voy a dar una ducha, y esta será de café. Sí, porque el café me gusta. Es mi amigo el café, a veces charlamos, pero a veces se enoja, y no me mira más. De todos modos, siempre está, como vos, ahí, tan cálida e inerte. Te voy a comer fría. Porque soy así-y aunque deteste la gente que habla de sí misma, me voy a dar el gusto por un rato- y yo nunca te voy a poder decir que me gustás así cálida e inerte: entonces vuelvo: y te como fría. ¿Querés venir a comer a casa? Hay puré. Te voy a sentir dulce. Tus pies son lindos, porque después de todo, no son tan inertes, y rozan lo cálido. Sí. Te voy a sentir fresca. Y voy a contar gritando hasta diez. 53, 54, 55 así ad infinitum, cariño. Yo te voy a volver loca. Y vas a llorar de angustia y amor. Y vamos a entender que nunca hace calor y que nos gusta tu calidez. Te voy a pedir perdón. Y vas a sonreír mientras nadie nos mira. Y nunca, pero nunca, me mires así, inerte, que sino no te puedo ver.

¿Por qué todos cruzan en rojo? Qué gente... bueno, yo también. Uh, ¿de dónde mierda salió este 152? Sí, estaba cruzando en rojo, ¡pero todos ellos cruzaron! Bueno, metete los carriles exclusivos en el... en... ¿en qué estaba pensando?

Soy... absolutamente... invisible... y me encanta, me deleita exquisitamente.
Loco, no tengo monedas.

I

Y así, en forma repentina, fueron a caer en la unión de los caminos. Una unión ilusoria, naturalmente. “¡Qué linda la primavera!” repiten cansinamente. Allá y con los ojos cerrados, dos consuman su amor bucólico a la sombra de una parra. Un amor sin precedentes en la historia local de la fauna floral del no-lugar. Y no por eso un otro, encerrado en las dicotomías de la astrología, no siente ganas de rodar un rato por el pasto. Pero no riendo. Llorar un poco, quizás. Y sentir un dolor profundo que se le hinca en el cuerpo. Creyó que era de amor. Se equivocaba: su mano se mecía sobre un cardo. A todo esto, un gato ronronea y se acaricia en la copa de un árbol. Este último vive justo donde los caminos se unen ilusorios; y los señores que repiten sin sentido de la estética. ¡Qué linda la primavera!